lunes, 1 de febrero de 2010

Historia de un llamado


Hace varios años, en Skopie, una ciudad de la antigua Yugoslavia, nació una niña llamada Agnes (en español: Inés). Pertenecía a una familia de clase media y era la menor de tres hermanos. Como todos los niños de su edad iba a la escuela. Quizás, después de clases se juntaría a jugar con sus amigos y ayudaría a su madre en las tareas de la casa. Yo diría que tenía una vida bastante normal. Pero (siempre existen los peros) la vida le tenía preparada algunas sorpresas. La primera, fue cuando tan sólo tenía ocho años y fue la repentina muerte de su padre. Cuando los golpes aparecen, así de improviso, suelen doler mucho más. Y aunque esta situación dejó a la familia en una gran estrechez financiera, la madre crió a sus hijos con firmeza, amor y fe. Y años después, esta educación daría sus frutos.
La segunda, fue a la edad de los doce años y yo la catalogaría como muy interesante. Sintió que Dios la llamaba para ser religiosa. No hubo apariciones, ni visiones o algo sobrenatural. Sólo eso, un fuerte llamado dentro de su pecho, dentro de su corazón. Como muchas veces nos pasa en la vida con otras cosas.

Así, cuando terminó el secundario a los 18 años entró en una Congregación (Hermanas de Loreto, en Irlanda) para seguir ese llamado que había escuchado hace 6 años (hay personas que son fieles a los llamados). Y poco tiempo después de consagrarse, la enviaron a la India. Allí trabajó como docente varios años. Y estaba feliz con la vida que llevaba. Era lo que quería ¿ no ? Ser religiosa, enseñar (que es también una forma de servir), estar comprometida con Dios a través de una actividad determinada. Pero sentía que a su vida le faltaba algo, que estaba incompleta. Y la respuesta a esa inquietud llegó como había llegado la primera vez: con otro llamado. Un día viajando en tren, Jesús la volvía a convocar otra vez: tenía que ayudar a los pobres, pero (y aunque parezca irónico) no a cualquier tipo de pobre, sino a los más pobres de entre los pobres. Ese era el pedido concreto, ese era el desafío.

Entonces se encontró con un problema. Sí, la convocatoria era clara: ayudar a los pobres pero lo que no estaba claro era: ¿ cómo hacer ? ¿ por donde y cuando empezar ? ¿ debía buscar ayuda, hacerlo sola ? ¿ por qué las cosas no son claras cuando sería bueno que lo sean ? Y sin ninguna formación (sólo haciendo un curso básico de atención sanitaria) y sin esperar la ayuda de nadie, salvo de la de Dios, claro, se mandó. Y de a poco todo empezó a funcionar. Y aunque cada vez eran más los pobres que llegaban, era también cada vez más la gente que se acercaba a ayudar. Entonces ella, que desde que se había consagrado ya no se llamaba más Agnes, sino Teresa, empezó a ser conocida por todos como la Madre Teresa de Calcuta. Tenía 37 años y estaba revolucionando el mundo.

No había pasado por la universidad, no había hecho maestrías ni doctorados. Sólo era una religiosa que medía un metro y medio, que no era particularmente hermosa (pero yo sé de muchas mujeres hermosas que darían lo que fuera para ser la mitad de lo que fue ella) y que sin embargo, tuvo el valor para responder a una vocación, a la voz de un Dios, que habla en el silencio. Tal vez ese mismo Dios que también puede llamar a cualquiera de nosotros, sin apariciones extraordinarias, pero sí para hacer cosas extraordinarias. ¿ Será que tal vez no lo escuchamos ? Porque Dios es así: te convoca y no pregunta, te prueba y no te pide permiso.

Murió en 1997, pero su obra hoy trasciende todo lo previsto por ella. En la actualidad hay más de 600 casas, en más de 100 países, con 4000 religiosas y más de tres millones de colaboradores en todo el mundo en donde se atienden a pobres, enfermos de SIDA, leprosos y cualquier clase de persona que necesite ayuda sin importar raza, sexo, edad o religión. Inclusive hace más de 20 años hay varios hogares funcionando en la Argentina.

El 26 de agosto de este año se cumplirá el centenario de su nacimiento. Ese día pasará sin pena ni gloria para el mundo que -sabemos con certeza- le interesa otras cosas. Pero yo sabré que hace 100 años, en un lugar no muy lejos de aquí (el mundo es un lugar tan pequeño…) todo empezó con una niña que siguió un llamado. Sólo un llamado.