lunes, 5 de diciembre de 2011

Última frontera de lo humano



Pareciera que matar niños, niñas o mujeres sea por venganza, como forma de descargar la ira personal o por aleccionamiento es una costumbre que ha empezado a crecer en estos tiempos. A pesar de tener una compleja historia, con respecto a este tema en nuestro país, casos como el de Candela Rodríguez, Tomás Santillán y por último, el cuádruple crimen en La Plata, nos sacuden de cierto adormecimiento social.
Si agregamos a esto la infame trata de personas, éstas (y cientos de otras anónimas) historias mueven a la indignación, a la rabia cuando también deberían llevar a la reflexión y a la prevención. Por más que cambiemos los nombres: femicidio, infanticidio, violencia familiar, de género, etc., en definitiva, estamos hablando siempre de lo mismo: diferentes formas de ejercer un mal poder, de alguien fuerte sobre alguien débil. Pero el poder no sólo se obtiene, también hay alguien que lo cede, alguien que no está presente cuando debería estar o alguien que no sabe o no se anima a enfrentar a aquello que teme. Estas formas de actuar instalan o perpetúan estas prácticas. La solución para cortar este mal, de múltiples caras, consiste en: exigir respeto como base y condición de toda relación humana, animarse a pedir ayuda cuando haga falta y tener valor para denunciar a pesar del miedo.